lunes, 29 de julio de 2013

Comentario a la novela Los Compañeros, de Marco Antonio Flores



Por Juan Carlos Lemus

Pocos libros son dignos de ser recordados  para el  aniversario de su primera comunión.
Casi siempre tales remembranzas son trucos editoriales para celebrar una nueva  misa (provocar reventas, hacer presentaciones y vender estampitas); otras veces sirven sólo al ego para recordarle “al mundo que soy escritor y existo”.
En el caso de Los Compañeros (Joaquín Mortiz, 1976), novela de Marco Antonio Flores, puede que sirva para ambas cosas, pero justo es celebrarlo puesto que  se trata de una  obra literaria que en su momento cambió el rumbo de  la narrativa guatemalteca. Aclaremos que  Flores no descubrió un nuevo lenguaje ni  fue novedoso en la estructura  narrativa que utiliza, pues  ya para entonces en Latinoamérica  existía esa ruptura estructural  y el uso de un lenguaje coloquial, tan relajado y libre como el que él utiliza en Los Compañeros. El mejor ejemplo lo encontramos en la novela Cuando quiero llorar no lloro (Tiempo Nuevo, 1970), de Miguel Otero Silva (Barcelona, 1908;  Venezuela, 1985), quien (también al igual que otros, tanto en la narrativa como en la poesía)  rompe el discurso lineal, se vale de las famosas violaciones estructurales y  ameniza la narración con un vaivén temporal divertido, alternando con cortes que hacen rodajas una oración. 
En Los Compañeros, la historia  va de 1942 a 1969; En Cuando quiero llorar no lloro inicia con  personajes cristianos del  siglo IV y culmina con noticias de la  prensa de 1948.
El caso comparativo no es inédito. Bastante se sabe de los estudios de  El Señor Presidente de Asturias y  Tirano Banderas de Valle Inclán.  Etcétera.  No se pretende aquí hacer un cotejo académico, sino  reconocer el gran valor literario de  Los Compañeros en la narrativa guatemalteca, pero sin sacralizar al autor ni al libro, tal   como ha sucedido con muchos de los libros de autores nacionales.
Abordar sin mitos, leer sin entronizaciones, esa es la idea. El resultado de lo contrario, ya lo conocemos, es el  ensoberbecimiento de escritores mediocres cuya producción voluminosa jamás alcanzará una estatura como la de Los Compañeros. Para celebrar los 30 años de la primera publicación de este libro,  F&G Editores lanza  una nueva edición que  ya puede ser encontrada en las principales librerías del país.  

Marco Antonio Flores fue designado hace una semana  Premio Nacional de Literatura 2006 por el Ministerio de Cultura y Deportes, como un reconocimiento a toda su obra publicada hasta la fecha.  Premio este que vale la pena cuando recae en nombres como el suyo. 

miércoles, 23 de junio de 2010

Osho es carne cruda y amante de las gaviotas

Bhagwan Shree Rajneesh criticó a toda cultura, llamó muertos a los vivos y cuestionó todo principio filosófico


POR Juan Carlos Lemus

En un lugar de Asia, vi cómo despellejaban viva a una culebra. El carnicero de pueblo, como si fuera un sacerdote al frente del animal colgado que se estiraba y encogía por el ardor, vaciaba la sangre entre un vaso con ron y, con su índice y pulgar, le destripaba el corazón como si exprimiera un limón. Enseguida daba de beber el líquido verdoso y rojo a los presentes, quienes mostrando sus encías y dientes cariados, reían, achinándose todavía más, mientras lo tragaban.

El aperitivo sirve, se supone, para que los hombres poseamos más vigor sexual.
Hay personas a quienes les gusta saborear tales capuchinos, pero hay otras que pueden alimentarse con un fideo. A cada organismo le corresponde su propia dosis de criadillas de toro, de ostras o de nicotina, según las exigencias.

Osho es algo así como la carne cruda de la espiritualidad, pero, a la vez, un tranquilo amante de gaviotas y de nubes. Para leer con placer sus palabras acerca de la vida, la existencia, la conciencia, el amor, el sexo y todo cuanto concierne al ser humano, se necesita la disposición de un niño y a la vez la dentadura de un caníbal, mas no porque invite a consumir carne, sino debido a lo grotesco que pueden resultar sus verdades crudas lanzadas contra los científicos, artistas y religiosos radicales.
Estamos ante un autor superior. Éste no tiene relación alguna con los bebés que han escrito libros de autoayuda emocional. Hablamos de un tipo insolente, pero sensato, que llamó descerebrados a los presidentes estadounidenses, hipócritas a muchos santos, payasos de circo a los yogas y estúpidos a los filósofos.

Osho fue envenenado en 1990 por el gobierno de Estados Unidos. Todo comenzó cuando, en 1981, fue llevado por sus médicos a ese país para ser operado de la columna. A propósito del viaje, sus seguidores le regalaron tierras en Oregón y crearon un lugar para que en él pudieran habitar 500 personas, era una pequeña ciudad (Rajneeshpuram), donde celebraron festivales anuales hasta que Ronald Reagan y su gobierno, incómodos con el visitante y no encontrando pretextos para terminar con él, lo encarcelaron acusado de infringir las leyes de inmigración.

Durante el tiempo que fue preso, le dieron a beber, según sus médicos, talium, veneno que terminó con su vida. En su tumba fue escrito el epitafio que él elaboró para sí mismo:
“Osho nunca nació, nunca murió, solamente visitó el planeta Tierra entre el 11 de diciembre de 1931 y el 19 de enero de 1990”.
Sí... a la manera del Principito, el sabio se despidió, y sus charlas están escritas en más de 500 libros y traducidas a más de 30 idiomas. Desmenuza y explica, por ejemplo, parábolas del Tao Te King, del Arte de la Guerra o de Los Diez Toros del Zen; asimismo, analiza las enseñanzas de Buda y los bufidos soberbios de Nietzsche; trata sin ningún respeto a Gandhi, a Sartre y a Sigmund Freud, o bien, habla de alegría, de Lao Tse, Gurdjieff, Gautama Buda y de Tagore.
Culto e ilustrado, este indio se ganó la antipatía de los gobiernos y de las personas porque propuso una total desobediencia a las morales jainistas, cristianas, budistas, sufistas, taoístas o de cualquier índole filosófica, afirmando que no se necesitan templos para alcanzar la iluminación divina.

En una ocasión, citó el mito de un santo cuya Gracia y espuma eran tan notables que, cuando un ave le picó, de sus pechos y pies no manó sangre, sino leche y miel. “Deberían meterlo a un circo”, fue la opinión de Osho.
¿Quién es, entonces, este necio, y por qué fue catalogado por el escritor estadounidense Tom Robbins como “el hombre más peligroso después de Jesucristo”? Es uno de los mil artífices del siglo XX (según el Sunday Times, de Londres). Es un no-pensador que cuando expresa sus ideas acerca de la conciencia lo hace con la serenidad de un viejo y con la rabia de un adolescente.

Advertencia: leerlo implica perderle el miedo y respeto a las grandes figuras del planeta, ya no digamos adivinar la idiotez y baja estima oculta detrás de cada arrogancia literaria expresada tanto por dinosaurios como por pequeñas lagartijas, pero, ante todo, estimula en cada ser humano la esencia del zen, que no es otra sino la de “ser testigo”, el estar siempre “aquí y ahora”.

En sus discursos, Osho muestra gran sentido del humor, a la vez que extraordinaria erudición, por eso abordar los libros que recogen sus palabras resulta un buen ejercicio lector. Al principio de esta nota lo llamamos “tranquilo amante de gaviotas y de nubes”, porque, gran observador, no se veía como un filósofo, menos todavía como un intelectual, sencillamente, la vida para él, explicaba, era siempre “un viaje hacia adentro”, hacia el interior de sí mismo, y siempre hay que saber observar a las nubes y a las aves.

Bhagwan Shree

Su nombre de pila es Rajneesh Chandra Mohan Jain (1931-1990). Nació en Kuchwada, una aldea en el estado de Madhya Pradesh, India central. Más tarde se llamó Bhagwan Shree Rajneesh, y finalmente adoptó el nombre de Osho (término japonés utilizado en el budismo zen para referirse a un monje budista).

Para los gobernantes del mundo y para muchas sociedades fue un personaje molesto que atentaba contra la moralidad. Fue calificado de “gurú del sexo” y “santo de los ricos”, porque, según parece, es cierto que poseía más de 40 limusinas, aunque ni una sola mujer (no, no era homosexual). De manera que dinero y espiritualidad nunca fueron agua y fuego para este máster en filosofía por la Universidad de Sagar, profesor de filosofía en la Universidad de Jabalpur y creador de la meditación dinámica, la cual ha sido burdamente imitada por los fenicios del misticismo y puesta en librerías y centros de Occidente. Muchos de sus libros están al alcance de la mano y también en las páginas Web (sitio oficial, www.osho.com).

Sus libros se encuentran repartidos casi en cualquier librería. Editorial Norma ha hecho buenas ediciones. Son buen punto de partida: El libro del ego, El hombre que amaba las gaviotas y otros relatos y Sintonizarse con la existencia.

Advertencia: leerlo implica perderle el respeto a grandes figuras del planeta, ya no digamos adivinar la idiotez oculta tras la arrogancia literaria.